martes, 5 de noviembre de 2013

Car-et-as.

Me senté rezagada al final de toda la sala, la gente aún mantenía el todo de cualquier burdel, pero poco a poco se fueron recolocando y toda esa sopa de letras fue desapareciendo para ir enmudeciendo debajo de esas lámparas de araña, unas cuatro diría yo.
Al apagarse la sala me froté las manos aún con un poco de escarcha, fuera hacía un frío increíble, aunque imposible pero cierto ya que por la mañana pareciese que el sol se derritiera, me retrepé en ese sillón acolchado sólo aguantable para tres horas ya que a partir de ese tiempo empezaba a martillearte las lumbares como una caja de percusión y te subía a la cabeza, la cual pitaba con una cafetera en el fuego.


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